3 Septiembre, 2024
El río Ebro, un entorno privilegiado para una alternativa inclusiva
«He visto muchas regatas por televisión y ahora soy yo el que rema; nunca me lo habría imaginado». Quien cuenta su experiencia mientras espera paciente su turno para subirse a una tabla de ‘Stand Up Paddle’ (SUP) -paddle surf en río- es Eduardo, un joven que vive con intensidad la nueva iniciativa deportiva inclusiva sobre las aguas del río Ebro.
El embarcadero del Parque Fluvial es el punto de encuentro habitual para ocho personas con discapacidad física o intelectual, con o sin movilidad reducida, que desde el pasado mes de mayo se ‘sumergen’ en el proyecto Restart, impulsado por el CD Monkayak Hiberus.
Eduardo, como Marina, Álvaro, Dani, Jesús y el resto de participantes son usuarios del Centro de Actividades Socioculturales de Fundación Dfa. Cada jueves, durante un par de horas, se reúnen para surcar las aguas del Ebro. Acompañados por una pequeña representación del voluntariado de la entidad y por varios deportistas del Monkayak, la voz cantante corresponde a Selma Palacín, cuyo hábitat habitual está en el agua. «El primer objetivo es, a partir de una serie de parámetros que recojamos durante las 16 sesiones, elaborar una guía de buenas prácticas y de beneficios que aporta este deporte náutico a las personas con discapacidad», explica.
A sus 30 años, Eduardo es un apasionado del deporte y un habitual en las carreras populares. Ahora tampoco se pierde ninguna de estas sesiones. Tras varias salidas, reconoce que «me gusta mucho practicar este deporte y recomendaría a la gente que lo probase». Él navega solo. De rodillas, primero; de pie, con el equilibrio y el miedo controlados, a continuación. También Marina, tras algún remojón inoportuno, pero con la ayuda de deportistas del Monkayak, demuestra su tesón para dominar el remo y la tabla.
En compañía, a bordo de una nave más grande y amarrados en dos sillas para que la única preocupación que tengan sea la de disfrutar del paisaje, navegan Álvaro y José Carlos, mientras Selma y un joven remero impulsan la embarcación hacia el Puente de Piedra. El primero todavía guarda respeto al medio acuático. No así el segundo, para el que «es muy bonito poder ver El Pilar desde el agua».
Para poder subirse a una embarcación adecuada a sus posibilidades, cada participante superó una sesión inicial en seco con una serie de pruebas de equilibrio, movilidad y flexibilidad. «A partir de ahí, estudiamos las adaptaciones para cada persona: si necesitaba ir acompañado en tándem, si requería sujeción y agarre o quizá un sistema de orientación para saber cuál es la derecha y cuál la izquierda… Cada caso es diferente», añade Selma.
Sobre los beneficios que aporta, algunos ya se aprecian. «En la relación con el entorno, ya que el primer día venían cautelosos y con mucho miedo; en cómo colaboran entre ellos; en la destreza al cambiar la pala de lado para remar...», comenta la mujer que ejerce de timón.